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Facebook Crush

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Las posibilidades se tornan infinitas cuando el amor se vale de algoritmos para encontrar la persona ideal

Por: Santiago Viveros

Me encontraba más que convencido de que al tener cerca de ocho años recopilando mi información personal, la red de Zuckerberg debería de sugerirme una chica lo suficientemente compatible, tal vez mi alma gemela a la vuelta de la esquina o mejor dicho a solo un click. Para ingresar a Facebook citas solo basta con buscar esta opción en la aplicación original de Facebook y contestar unas pocas preguntas, entre las cuales se encuentra por supuesto que inclinación sexual tienes, para según eso sugerirte personas que se ajusten a tus parámetros amorosos.

 

La primera persona sugerida fue una mujer llamada Pamela, era una caleña de aproximados 23 años, zapatos rojos, cabello rubio, lucia lencería de color negro, posaba en su foto de perfil como si de la portada de la revista Soho se tratase, su descripción decía que era una persona tierna, amable, extrovertida y que le gustaban los hombres interesantes e inteligentes. Ella era linda pero no era mi tipo...

 

Posteriormente deslicé alrededor de doce veces, en las cuales pude observar chicas provenientes del Valle del Cauca, Nariño y en menor medida del Cauca. La aplicación te ofrece opciones casi infinitas para que tengas una cita, aunque lo más extraño es que por lo general son personas muy lejanas a tu actual ciudad de residencia. A la décimo tercera vez encontré una chica que llamó mi atención, lucía simpática y recatada en sus fotos. Tenía 23 años y la vi como una gran opción para una cita, le di me gusta y automáticamente un saludo por mensaje interno.

 

Dos días después de escribirle, me contestó de vuelta y empezó lo que sería una conversación de una semana en la que ambos nos preguntamos acerca de distintos aspectos personales. Era cuestión de tiempo para que entre nuestra charla surgiera la idea de tener un encuentro en la vida real.

 

Acordamos encontrarnos frente a la Plaza de Toros. Estaba un poco tenso, no tanto por la cita, sino por la desconfianza de no saber verdaderamente con quien me iba a encontrar. Tal vez estaba siendo la víctima de una banda dedicada al tráfico de órganos, posiblemente me abordarían algunos hombres en una camioneta con vidrios polarizados. 

 

Después de diez minutos de espera y con una enorme incertidumbre, pude distinguir a la distancia una chica que se dirigía a mi posición. Llevaba un vestido blanco, su cabello ondulado y con un maquillaje discreto. Sonrió de manera nerviosa y preguntó si era el chico con el que había estado hablando todo ese tiempo, le confirmé su hipótesis y tomamos un auto hacia un restaurante.

 

Durante la comida hablamos de diferentes cosas, aunque al pasar de los minutos empecé a conocer una persona totalmente diferente a la que describía Facebook como sencilla y tierna, incluso lo notó el mesero del restaurante al que asistimos, a quien ella trató con cierta prepotencia. Cada palabra que salía de su boca fracturaba la confianza que había depositado en esta clase de citas, parecía que la caja de comida china se hacía infinita con cada cuchareo, mientras ella expresaba sus deseos de irse a vivir lejos del moridero donde había nacido.

 

La cita acabó cuando ella subió a un taxi y dijo: “oye, tenemos que volver a salir” al cual yo respondí con una medio sonrisa y asintiendo con la cabeza: “Claro, por supuesto...”. Mientras me preguntaba por qué el taxista no arrancaba de una vez por todas.

 

Era evidente que el algoritmo de Facebook había fallado en sugerírmela, pues no era mi media naranja, la cita que había surgido a la velocidad de un click, desaparecía con la misma velocidad entre mi baúl de experiencias que no volveré a repetir.

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