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Una forma más de dependencia 

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Mientras iba sintiendo la calidez de la aceptación en la redes sociales, me iba envolviendo las peligrosas redes de la dependencia emocional

Por: Maria Fernanda Diaz

Yo solía compartir con mis amigos y familiares la mayoría de mis vivencias personales en la vida real. La verdad lo disfrutaba mucho, luego apareció la red social.

 

Facebook fue una de las primeras redes sociales que captaron mi interés y decidí crear una cuenta donde la interacción entre los usuarios era con likes y comentarios. Aunque al principio esto me parecía algo normal, luego se convirtió para mí en un parámetro de aprobación.

 

Las fotos que compartía o mis estados, cada día contaban con más likes y por supuesto con la actualización de Facebook las personas podíamos especificar nuestra reacción, es decir, expresar enojo, encanto, tristeza o alegría, esto hizo que empezara a crear un sentimiento preciso frente a cada una.

 

A medida que pasaba el tiempo, mi vínculo con la red social era más estrecho, sentía como si fuera una extensión de mi cuerpo donde mi estado emocional dependía de una reacción frente al contenido constante que en ella publicaba. En esta plataforma compartía todos los acontecimientos personales, desde el más simple hasta el más importante, supongo que mis contactos estaban enterados de toda mi vida y su opinión la reflejaban por medio de un click.

 

Acostumbrada a que mis publicaciones contaran con tanta “aceptación”, un día ocurrió algo que me impactó de manera inexplicable, las publicaciones que hacía ya no contaban con el mismo nivel de likes, nada pasaba ni positivo ni negativo, todo era tan neutro. No entendía por qué esta inesperada disminución, supuse que era por alguna modificación en el algoritmo de la red social.

 

En ese momento estuve un poco baja de nota, no me sentía a gusto conmigo misma, creí que mi trabajo era el peor, que ya no tenía verdaderos amigos, porque detrás de la mayoría de mis publicaciones había un proceso de trabajo y dedicación. Por ejemplo, las fotos de mi perfil o las que yo misma me tomaba, tenían un trabajo de maquillaje, producción, donde dedicaba tiempo a pensar en cómo las podría realizar para que les resultaran llamativas a los demás.

 

Al verme tan mal, empecé a comparar mi vida en la red social con la real y comprobé que mis compañeros me trataban siempre igual de bien, mi familia y amigos compartían con gusto su tiempo libre conmigo y las demás personas que admiraban mi trabajo aún me elogiaban por mis capacidades y dedicación, es decir, nada había cambiado fuera de la red social, todo comenzó en la dependencia emocional que yo misma había creado con mis publicaciones.

 

Aunque me llevó bastante tiempo desligarme un poco de la vida virtual, he podido vivir con esta sensación emocional intermitente, he visto a otras personas en mi misma situación que han dejado que su mente, cuerpo y alma se vean afectados por un número que aunque parezca insignificante y la sociedad lo haya convertido en un factor de aceptación, no es el mayor nivel de valoración y aprobación que existe.

 

Hay un mundo fuera de la red social y son las interacciones personales, las vivencias reales con los demás, la amistad real, no todo se basa en mensajes, clicks o emoticones, hay una vida que se debe compartir y sentir.

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