Huellas de una historia invisible


Recorriendo caminos de recuerdos entre los espejismos de la mente
Por: Jorge Alejandro Salazar Ocampo
Ganador del Concurso Narrativas y relatos cortos de patrimonio, cultura y territorio 2018
Algunos conflictos han acabado, el territorio se ve desolado, los fusiles parecen mudos. Me he vuelto ciego a la realidad, quisiera despertar y no haber perdido la mitad de mi vida en una causa que ahora es inútil, quisiera estar ciego ante la multitud y no sentir haber fallado en este intento; me devuelvo en el tiempo, parece que las lágrimas han quedado intactas, me inyecto recuerdos que recorren las zonas boscosas donde perdí mis sueños y los anhelos que hoy relucen en mi consciencia.
Vivo caminando entre palabras simples y trayendo momentos en los que desangré la pequeña parte de mi vida; todo parece gris, algunos colores no los distingo, tal vez por la amargura que tomé en estos años. Diálogos y un café, de esos que forman paz y realizan finales que tienen trascendencia en la reparación. Veo el periódico, noto la división del odio, ojalá pudieran escucharme y sentir lo que he guardado, los minutos que sufrí esperando una respuesta y los días en que anhelaba que esto acabara, ojalá que pudieran conocer la historia que se hubiera podido acabar sin negociar lo que se fundamentaba en un derecho.
Entre la tiniebla del miedo he encontrado miles de experiencia que me han llevado a tomar una pluma y convertirme en letras, de las que relucen entre la amargura y argumentan la vida; me he quedado en el olvido de la tormenta y en el té del dolor, es difícil explicar algunos acontecimientos, pero trataré de volverme un lienzo en el cual se pintarán las muestras de la historia.
Empezaré en el origen de la desgracia de mi realidad cuando por primera vez escuché el relato donde noté un pequeño reflejo de mi historia.
Entre estas palabras pasaba un poco de ella:
Estoy cayendo en la profundidad de mis enigmas, cada vez me conecto con un vacío, cada vez más grande y estremecedor, pero no resultaba diferente a lo que sentía todo el tiempo, especialmente cuando dejaba de caminar. Veo un joven caminando por un parque con unas ramas secas y con un cigarro suelto, veo que cada segundo pierde una parte de él, pero a pesar de ello sigue su camino, siento que es conocido.
Escuchando el relato del viento me guiaba en la inseguridad que había causado la desolación de mi pueblo, el conflicto que había sentenciado a renunciar al sentir humano y el dejar de soñar con un futuro donde la violencia no toque lo más profundo de mi ser.
Entre todo, siento que algo me hace falta, tal vez alguien, de las personas que perdí cuando el terror tocó mi puerta, cuando descarté la posibilidad de volverla a ver y poder reposar mis tormentas en ella; a veces alucino entre las caminatas agitantes en el intento de escapar.
Entre una de mis inseguras y fantasiosas caminatas sentía no poder más, ansias de acabar esto llamado vida; pero sigo, con pasos inseguros, con miedo de caer, pero es ahí cuando viendo su sombra mis pensamientos se van al mismo lugar donde los viejos recuerdos me llevaban, es el lugar donde me obligaron a abandonarla. Llevaré lo que queda de mí, todo; quiero sentir que ya no me falta nada y la pesadilla ya pasó, quiero verte y no deambular como un alma con acíbar de agonía. Es el momento… la veo, era el rostro de mis sueños pesados y de los pensamientos que no podía concluir porque no sabía cuándo volvería a tocar su imagen, estos momentos me atravesaban con amargura, mi alma se destrozaba, mis ojos se detonaban y las palabras se quedan mudas, toda mi vida en unos segundos, sin embargo, con el dolor del alma y el sabor de desconsuelo, llevo mi efímero cuerpo hacia ella, sin importar los tropiezos. Llegando al lugar con su presencia que estremece, con un abrazo que me volvía aún más débil, se escapaba, otra vez.
Era así como concluía mis terribles noches y agobiantes caminatas que recorrían los recuerdos e interpretaban mis pensamientos en pequeños sueños que me mantenían firme en todo esto, en el infierno que rozaba y quemaba mi cuerpo.
Había momentos donde el odio y la depresión gobernaban mi fragmento de vida que sentía caerse y no tocar la solidez que debía tomar, era así como pasaban los días y no había vuelto a escribir, mis ganas de vivir eran neutras, no había lo suficiente para recurrir a las letras infectas de vida y muerte, mezcladas en un punto de la fusión del espíritu con el cuerpo del ínfimo segundo donde existo, pero que sueltan ese nudo que tenemos en el corazón. Es difícil empezar un nuevo verso cuando ya todo ha pasado a ser un extremo potencial de una crisis donde la vida gira alrededor de la depresión, esclavizante de los ojos con el color de las palabras y que tornan un alma débil. Quisiera recordar que estoy bien o cuando sentí estarlo. He vuelto, no para quedarme porque con estas cortas palabras me destruiré y haré tanto daño que el panteón explotará con todos los sueños y palabras que guarda de sus viejos restos.
Me basaba en eso, en las miradas perdidas y la desolación que agudizaba la condición que me tocaba entre el hambre y la falta de vivir; había recorrido circunstancias que no imaginaba, fue un cambio donde aprendí que podía sacar lo peor de mi en unas palabras que cumplían ciertos dígitos que no contaba, sino que acumulaba. Hasta el día en que mi derecho fuera reconocido, donde la población aceptara que existía, cuando las manos chocaron y la agenda acababa de cerrarse, sentía que algo podía estar bien. No es mi historia, es la de miles de personas que sus sueños fueron encarcelados en las peores condiciones que un humano pueda tener, hablo de obstáculos que nadie evito y hasta hoy, mediante palabras manifiesto que me encerré en la idea de no continuar.
He quemado etapas e instancias que parecían imposibles, creería en el fin de todo esto, parece que algunas cosas se pueden rescatar, sin embargo, siento miles de espinas que atraviesan mi mente y no logró entender lo que verdaderamente pasó.
El viento se ha llevado infinidad de emociones que conformaban los secretos áridos de la clemente noche en que pasaba todo y me desbordaba en fragmentos donde no conocía la tranquilidad. Me he sentido victima en la cultura de la destrucción, vulnerando mi futuro, convirtiendo mi cuerpo en esclavitud, mi alma en papel y dejando todos los tapujos para convertirme en polvo, ese que ha caído desde lo más lejos y que hoy recae en los papeles del poder y en los lugares más apartados a la vida. Soy la muestra de lo que se perdió, gritó, lloró y nadie pudo escuchar por el ruido de la lluvia, quisiera no volver a perder y tener la posibilidad de propagar en el viento que no todo está perdido, aún queda algo por lo que no nos arrepentiremos y las lágrimas ya no estarán intactas porque se habrán secado. No seré desolación porque la vida me habrá llevado a otro lugar donde la cultura será de construcción y los fusiles se fundirán en la acera donde hoy se puede respirar paz.