El universo del Sombrerón

Por: Andrea Montenegro
Recorriendo uno de los principales ríos de asfalto de Popayán, en medio de una noche fría, encontré un lugar mágico que de por sí conquista con el dulce y amargo sabor del café, pero que además, impacta con su ambiente lleno de detalles que hacen volar la imaginación.
Bastaron solo unos segundos frente a su puerta de entrada para identificar a un hombre de gran sombrero que amable conversaba con los visitantes, era evidente que se trataba de alguien especial. Tímidamente pasé sin molestarlo, preferí esperar un momento, tal vez más oportuno, mientras observaba con atención las ramas de árboles que atravesaban cada mirada y se entrecruzaban en forma natural sobre mi cabeza, como llevando una secuencia, una historia, un mensaje.
Algunas personas se movían allí como nativos, caminando fluidamente por ese cálido espacio, deseando servir a todo el que llegaba, pero aún me sentía como extranjera. No comprendía el idioma con el cual todo en este lugar se comunica, es más, no entendía que allí existe un lenguaje propio.
Uno de ellos fue el encargado de la invitación a seguir, a elegir una de las sillas para ponerme cómoda y disfrutar la bebida típica. Era una taza de café que hizo vibrar, no sólo mi cuerpo, sino que abrió mis sentidos para darme cuenta de que estaba sentada sobre los tallos de la planta que por meses había trabajado para dar los frutos que bebía en ese momento. Madera de cafetal convertida en arte, una traducción del mensaje de los árboles en muebles.
Pero, ¿quién podía entender a estas plantas tan bien, como para transformar su dura corteza con la sutileza necesaria como para inspirar y no destruir? Muchas preguntas sin resolver. Preferí disfrutar sostenida por aquellas ramas valerosas que se dejaron moldear para conectarse a un nuevo universo, un lugar donde el pasado nos sirve para forjar el presente y soñar con el futuro. Un lugar que parecía aun misterioso y en el cual se mencionaba frecuentemente al Sombrerón.
Aceleradamente intuí que se referían a ese personaje con gran sombrero, como por ‘sentido común’, pero aquí la magia desplaza las lógicas comunes. En medio de tantos detalles y el olor de la madera barnizada, él se acercó.
La cálida invitación de este hombre, fue el inicio de un recorrido que nos condujo a la profundidad del bosque donde habita el zorro- pez y donde nació el caracol escultor. - “Mucho gusto, mi nombre es Jorge Viveros” – dijo este señor de aspecto bonachón y alegre, con toda la disposición que un anfitrión muestra frente a sus invitados especiales.
Empezamos a caminar y mientras paseábamos por los recovecos de las antiquísimas cuevas de Ankora Wat, una ciudad milenaria perdida, nos explicaba cómo este portal mágico, disfrazado de cafetería, era una de las primeras entradas abiertas desde Popayán hacia el universo del Sombrerón, quien no era precisamente él.
Hizo esta aclaración, como si intuyera la confusión en mis ideas, a pesar de ello y sin molestarse, continuamos el camino y subimos por unas escaleras de piedra que conducían a la copa de los árboles; montones de hojas verdes dejaban un claro por el cual se observaban diminutas estrellas brillantes en un cielo despejado.
Y allí, desde un hermoso mirador, donde se disipan los límites entre la realidad y la fantasía, supimos, por fin, que el Sombrerón es un guardián mítico del río y la naturaleza que habitó nuestro mundo por un tiempo, buscando a alguien capaz de llevar su legado a los que habitan la tierra. Así fue como don Jorge recibió sus poderes de escuchar el río y los árboles, y fue el artista elegido para la ardua tarea de conectar estas dos dimensiones a través del arte.
Todo tomaba sentido y yo empezaba a entender este mundo, a permitirme creer en la magia. Desde aquel lugar alto volví a ver la ciudad, carros a toda velocidad dejaban sus líneas de luz marcadas sobre las carreteras y para cuando pude percatarme estaba de nuevo frente a la realidad. El color verde cambiado por el gris de la urbe y un camino que seguir.
Pero no sin antes echar una mirada atrás, como quien busca corroborar con sus sentidos una aventura como esta, y llevarme un recuerdo que me evitaría considerarla como una locura. Ver a don Jorge tan real en medio de un mundo mágico y tan mágico en este mundo real, causó una alegre curiosidad en mí, de volver a este universo, de buscar al Sombrerón, de admirar a este artista emprendedor que con palabras sencillas te invita a ser parte de su mundo.