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Diversidad

Cada vez que encontramos seres humanos agrupados podemos ver que el único factor realmente común es que todos somos diferentes.

Por: Andrea Montenegro

Volver a la universidad e intentar entrar puntual a clase de siete, mientras cientos de individuos buscan simultáneamente llegar a su lugar de destino, es el caótico reto de casi todos los días. Largas filas en los semáforos, pitos desesperantes  y motos, motos, motos… Nuestra ciudad es pequeña, pero en esos momentos del día pareciera que somos demasiados de nosotros aquí.

En esta carrera matutina que se realiza a pie, en carro, en bicicleta o en otros medios, participan cientos de personas a diario. Y sin importar si van al trabajo, el colegio, un centro médico o a la universidad, en chanclas y pantaloneta para llevar al paradero a sus hijos, en tacones y acelerando una moto, maquillándose o desayunando en el camino…todas y cada una de las personas que transitamos por la calle somos diferentes (y todas las que permanecen en sus casas también).

Una realidad que muchas veces pasamos por alto, acostumbrándonos a que ninguno de nosotros es o podría ser la replica de algún otro, aunque esté en una buseta a punto de estallar, o que cuando finalmente llegamos a clase no hay junto a nosotros otro estudiante idéntico.

Podemos coincidir con los gustos, comidas, y géneros musicales que nos agradan, pero aunque en ocasiones seamos parecidos, jamás iguales. Y el hecho que no seamos físicamente como ‘modelos en serie’ no es simple casualidad, sólo es el comienzo de la diferencia transcendental de todo nuestro ser.

Así, cada vez que encontramos seres humanos agrupados podemos ver que el único factor realmente común es que todos somos diferentes. Tenemos pensamientos diferentes, un pasado distinto, formas de sentir variadas y decisiones con tantos miles de millones de posibilidades como individuos existimos en este planeta. Hemos sido dotados de cualidades y habilidades específicas que nos capacitan para desarrollar tareas de manera única. Y es esta diversidad lo que nos da un propósito exclusivo, es decir, que nada ni nadie en el mundo es capaz de hacer y ser lo que cada uno puede lograr.

Son estos talentos especiales e ideas irrepetibles que al ser potencializados nos permiten encontrar nuestro lugar adecuado en el rompecabezas humano, donde ninguna pieza es más importante que la otra sino una distinta que lo completa, donde cada uno es respuesta a las necesidades de una sociedad, de una familia o de una persona, cooperando desde su autenticidad.

Pero lamentablemente, nos enfrentamos a una realidad donde todo se estandariza, como para ‘facilitar’ procesos, para economizar ideas o ahorrar en cambios de planes.

Nuestro día a día transcurre en medio del ideal de tener libertad para ser nosotros mismos. De estar en la universidad para que, ahora sí, fuera de la uniformidad y paredes del colegio, podamos ser auténticos… pero nos la pasamos en corredores, aulas y balcones condenando la diferencia. Queremos una universidad donde tengamos libre expresión, pero criticamos el temperamento de la compañera más explosiva del grupo, donde queremos elegir ropa para sentirnos bien pero ‘cuchicheamos’ de la pinta que usa otra chica, donde nos proponemos ser profesionales exitosos pero envidiamos el logro del que obtuvo buenos resultados académicos.

Al parecer nos desgastamos pensando que cuantas menos personas triunfen en la vida, más posibilidades de ganar tendremos nosotros y por eso cada logro de los demás representa un peligro de perder el gran premio. Nuestra vida debería ser más un reto de complemento y no de rivalidad, es decir, si todos somos diferentes, diseñados para hacer cosas diferentes y en lugares diferentes… ¿por qué tenemos que destruir o fastidiar al otro que en su máximo potencial hará algo que para mí es imposible hacer?

Y es apenas lo superficial. No nos basta con señalar lo que no encaja sino que, bajo el mismo esquema, descalificamos al incapaz de igualarse a nuestras capacidades o presunciones, cuando la esencia de la diversidad es que aunque no todos podamos hacer lo mismo, de la misma manera, nuestro valor como personas no reside en las capacidades, sino en nuestra identidad irrepetible.

Pero esto requiere un cambio de mentalidad con el cual empecemos a apreciar a cada persona, empezando por nosotros mismos, como seres capaces de lograr un objetivo tan único como cada persona que existe, en donde no hay inútiles sino hombres y mujeres útiles sin encontrar su lugar, sin descubrir sus habilidades o simplemente relegados por no ser lo que la sociedad y hasta ellos mismos han creído que deberían ser.

 

"Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad

de trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil"
Albert Einstein

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